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De azúcar y aluminio

Reseña de ‘Lazarillo’ de Alejandro Cabrera Olea


A veces no sabes que estás tomando un tesoro en tus manos, que al abrir este libro el oro que hay dentro de él va a resplandecer frente a tus ojos, y te va a iluminar el alma; a veces no sabes el valor que puede poseer un sólo libro, perdido entre tantos, pero no cualquier libro, estoy hablando de ‘Lazarillo’ (Penguin Random House, 2017) del chileno Alejandro Cabrera Olea, de quien yo ya había leído un par de cosas: ‘Soldados perdidos’ (2011), ‘Albinoni’ (2015). Y visto, de la misma manera, una dupla de teleseries: ‘Purasangre’ y ‘Pescadores’; para qué les voy a mentir, a veces no sabes la manera en que un autor te va a sorprender, a tocar, a conmover, a veces no sabes lo que 164 páginas pueden representar para ti, a veces no sabes a dónde te van a llevar, el número de lágrimas que vas a derramar o la espina que se clavará, honda, en tu corazón… a quién te recordarán, a quién lograrán traer a tu mente; a tus padres, la infancia perdída en bosques frondosos de fantasmas tristes, las fábricas, el lenguaje, los sabores, el sudor, la separación… a veces no sabes todo lo que un sólo libro le puede dar a tu vida, lo que puede sanar a tu niño interior, hasta que abres ‘Lazarillo’.

‘Lazarillo’ es una historia de infancia dulce, de descripciones coloridas, rigurosas, olfativas y glotonas. La historia de Galvarino, un niño de nueve años que vine en la lejana zona de C.I.-145 (Ciudad Industrial #145) y al que el incendio de una refinería de azúcar y el posterior desempleo de la franja, le arrebatará a sus padres, puesto que éstos tienen que conseguir empleo en ciudad capital y abandonar a Galvarino, al acecho de la soledad. El resto es solamente la vida pasando, el destino, el futuro que nunca es dulce para Galvarino y para nadie, el destino que deja de ser dulce como el azúcar que comíamos cuando niños.

El lenguaje con el que trabaja Cabrera Olea en este libro es completamente verosímil, jamás había leído una voz tan convincente como la de ese flaco viejo narrador en el que se ha convertido Galvarino, voz dulce como el almíbar mismo, como el terciopelo, voz solitaria pero tierna; voz descansando en nuestros oídos, en nuestras mejillas como lágrimas saladas. La voz madura de Galvarino representa el dolor contemporáneo de la indiferencia adulta.

La segunda Revolución Industrial ha arrancado al ser humano de su cultura, como la primera le arrancó de la naturaleza, y por eso podemos considerar las fábricas mecanizadas como una suerte de manicomio, como escribiría alguna vez Vilém Flusser; las fábricas son monstruos de amplias fauces que devoran a nuestros seres queridos, “nadie debería de trabajar” grita Galvarino al asombro de los demás, y yo no hago más que asentir, ¡tienes toda la razón, Galvarino! Nadie debería hacerlo en sus sensatos y seniles cabales; La mutación de ese niño regordete a vagabundo flaco de nuestro personaje es quizá la representación de la madurez que nos transforma en máquinas, una automatización que comienza con el amor dulce, las ideas de azúcar, los abrazos suaves, los conceptos blancos, la glotonería complaciente y que culmina con la deshidratación de las calles y la mano de obra en las industrias. Cabrera Olea describe con tierna sensibilidad, la madurez del hombre frente a la industria y la ciudad.

No solo es una épica sobre el trabajo que nos arrebata a los nuestros y a nuestro tiempo con ellos, si no que ‘Lazarillo’ es también un libro “infantil” que nos habla de los horrores de la guerra, de esa pesadilla que se activa al fragmentar una granada. Un libro que dialoga sobre las trincheras, con el corazón en la arena y la boca tragando tierra, un libro que añora las partes de nuestro cuerpo que perdimos en ella: una pierna, un brazo, un ojo, la voz, la vista, un hermano; y de cómo nos hacemos súbditos de ello, a través de Acevedo, ese viejo y ciego exsoldado que resguarda la ternura de nuestro Galvarino en busca de sus padres, demacrados ya, irreconocibles por el esfuerzo y la rabia laboral. Es así que nuestro héroe se convierte en el Lazarillo y luz de Acevedo, el viejo vagabundo y hambriento que ve en su oscuridad el futuro a través de una carrera de lazarillos, para ganar así un puñado de dinero y algo de comida, carrera en la cual pondrán toda su ternura, lo único que les queda en ese mundo: afecto, terquedad y empeño. Esfuerzo que les será remunerado cuando los tiempos cambien, cuando el azúcar se convierta en aluminio.

‘Lazarillo’ de Alejandro Cabrera Olea nos hace dar cuenta de que todos somos soldados perdidos de una guerra perdida.

 

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