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Conversamos con Guillermo Orsi

Afirma Guillermo Orsi (Buenos Aires, 1946) que no se toma en serio a sí mismo. Yo suelo tomarme muy en serio a quienes no se toman en serio a sí mismos. Cuando esto sucede, la distancia que se pone de por medio con la propia obra aclara dimensiones y abre perspectivas. Para muestra, sus novelas: joyas del género negro (o de otros géneros) que muestran la clarividencia propia de los huracanes. Acaba de publicar Fantasmas del desierto, la cual conserva todo su imaginario de antihéroes, malvados, tiroteos, muertes, escenarios casi oníricos, lenguaje callejero.

Orsi es un maestro, un monstruo único, aunque nunca lo va a decir. Da lo mismo, basta con escuchárselo a multitud de autores y editores de novela negra (esos de los que él dice que ‘están muy confundidos’). Cáustico, entrañable, inteligente, melancólico, humano, sincero. En esta entrevista encontramos un Orsi en estado puro (no hay otra forma de encontrarlo), como en sus novelas.

Orsi

En Fantasmas del desierto, tu exposición de todas las instituciones es tremendamente ácida. No dejas títere con cabeza: desde la Iglesia al Parlamento, pasando por empresarios y policía. Vienes poco menos que a decir que no es que no debamos confiar en ellos, sino que debemos temerlos. ¿De dónde viene una visión tan pesimista?

Es la palabra “institución” la que rechazo. ¿Por qué confiar en esas sociedades secretas, corporaciones que se autosatisfacen y enriquecen a costa nuestra? Una cosa es el discurso público, el de los grandes valores que todos nos empeñamos en afirmar que compartimos. Pero si bajamos al individuo, si ajustamos el foco en las miles de pequeñas células del tumor, descubrimos que cada una de ellas encierra el germen de la enfermedad invasiva. En una democracia el Parlamento es necesario, tanto como que sus miembros respondan efectivamente por sus actos. Los argentinos del paleozoico sabemos lo que significa que nos arrebaten ese derecho, padecimos el golpismo desde el día siguiente al que los trabajadores empezaron a despertar a su conciencia proletaria. Pero ello no da patente de democráticos a los que hoy detentan el poder sin rendir cuentas, ocultando información y amparándose en una impunidad a la que llaman “seguridad jurídica”. Un Parlamento democrático se debe al pueblo que lo elige y no a los factores del poder económico que amparó y financió a las dictaduras, con el cobijo espiritual y muy efectivo de la santísima iglesia católica, que no dudó en entregar a sus curas rebeldes –luchadores sociales, revolucionarios en su fe— en el altar de sacrificios de la burguesía.

El protagonista de Fantasmas del desierto, Gotán, dejó la policía federal por no colaborar con los crímenes de la junta militar argentina. Por tus libros veo que este oscuro período está bien enraizado en tu obra. ¿Cuánto queda por hablar acerca de esa terrible dictadura, mal llamada Proceso de Reorganización Nacional? ¿Se ocupa la actual literatura argentina de conservar el horror de su memoria suficientemente?

Ninguna literatura puede despegarse del horror al que nos arroja, en ciertas circunstancias históricas, la condición humana. Tampoco creo que la literatura sea una suerte de formol, una sustancia compuesta de agua, alcoholes y retazos de moral burguesa, en la que flotarían los restos del cadáver. De la dictadura iniciada en 1976 se está hablando, y mucho y con la autoridad que les da a sus víctimas directas haber sobrevivido a ella, en los juicios que por crímenes de lesa humanidad se sustancian ya desde hace años en diversas ciudades de Argentina. Durante los ´90, en pleno auge del neoliberalismo económico y dictadas leyes de amnistía para los genocidas, esa dictadura fue prácticamente enviada a “incobrables” en los libros de la contabilidad histórica y política. Iniciado el siglo 21, con la derogación de las leyes de olvido y la reapertura de las causas, aquel horror reaparece intacto y empieza, creo, a contaminar la pureza autorreferencial que durante los años anteriores dominaba a la ficción literaria. De todos modos creo que el fenómeno es incipiente, aunque personajes como el comisario Lescano, de Ernesto Mallo, vengan de esa zona oscura de nuestra historia reciente.

Fantasmas del desierto - Guillermo Orsi2

En tus libros hay una deliciosa imaginación a la hora de proponer escenarios y situaciones. La imagen de un crucero encallado en el Río de la Plata cuyos tripulantes se divierten aún en cubierta. Una feria regida por mafiosos junto a un arroyo pútrido. Una mole de cemento en mitad del desierto por la que desfilan cientos de prisioneros de guerra. ¿De dónde viene una imaginación tan gráfica?

La posibilidad de que cualquier barco que intente acercarse al puerto de Buenos Aires encalle en las fangosas aguas del río de la Plata es independiente de su porte, ya que tiene muy poca profundidad y el acceso debe ser dragado constantemente. Esto es así para cualquier calado, imagina una de esas ciudades flotantes que, por otra parte y después de editada “Ciudad santa”, han corroborado mi hipótesis en varios accidentes. La “feria de mafiosos” junto al Riachuelo —no es un arroyo, es uno de los ríos más contaminados del mundo, que junto a la avenida General Paz divide al distrito federal del conurbano— también existe y puedes encontrar allí lo que no encuentres en París o en Tokio. En cuanto a la cárcel clandestina, las hubo y de a decenas en Argentina, aunque por motivos diferentes y con prisioneros locales, durante la última dictadura. No quiero caer en el lugar común de que la realidad supera a la ficción. Pero caigo.

En tus libros, los villanos son odiosos personajes deliciosos. El descerebrado Oso Berlusconi, el sibilino comisario Arriaga, el depravado obispo de Villa del Rosario… ¿En qué modelos te fijas para trazarlos?

Tal vez conserve la ingenuidad con la que disfruté de los villanos del cómic en mi infancia y adolescencia. Quizás los malos son los mismos que los buenos, sólo que a determinada hora se disfrazan o se transforman para representar a sus opuestos. La condición humana es una linterna mágica que, según refracte la luz, nos permite ver y disfrutar o padecer de muchas de sus facetas. No digo que de todas, pues para ello habría que tener los atributos de omnisciencia que se reservan para sí los dioses.

Por otro lado, los héroes (Gotán, Carroza…),  ¿cuánto hay de héroe en ellos? Yo diría que mucho más de lo que parece a primera vista.

Si de verdad son héroes, no lo saben ni intentan serlo. He dudado de que existan gotanes y carrozas en lo que ligeramente llamamos la vida real. Desconfío aún, tomando distancia del momento en que salieron de mi perturbada imaginación, de que si los mantuviera en actividad, incluyéndolos en otras novelas, no vayan a traicionarme. Gotán casi lo logra y, si has leído “Fantasmas del desierto”, coincidirás conmigo en que no cambia para nada la percepción que uno tiene de los policías, hayan sido o no de la Federal.

ciudad santa

Las influencias que se pueden intuir en tus novelas son de todas las formas y colores. Desde los clásicos del género, el cine… hasta, me atrevería a decir, que hay mucho de comic en ellas (lo cual me gustaría que fuera interpretado como un elogio, teniendo en cuenta sobre todo los grandes maestros de comic que trabajaron en Argentina en los 60 y 70). ¿Serías capaz de resumirnos de dónde vienen tantas ideas?

Todo influye, todo contamina. Nadie trae incorporados a sus genes la programación para escribir novelas negras, historias de amores perdidos, poemas cursis. Si hay vida humana en otros planetas, tal vez nada de esto exista y los humanos alienígenas ni siquiera se cuenten historias unos a los otros. Pero vivimos acá, en este desolado mundo perdido, y si hemos vivido lo suficiente habremos abrevado en todo lo que citas: cómics (historietas, las llamamos en Argentina), Salgari, Oesterheld, Bradbury, Cortázar, Hammett, Benedetti, Chandler, el cine yanqui de soldados contra indios y el cine indio de infancias y celebraciones, la nouvelle vague francesa, el cine italiano de posguerra, el cine argentino que imitó a la nouvelle vague francesa y el que rompió con esos moldes, los buenos policiales negros de Hollywood. Todo suma, impregna la sensibilidad de tipos tan raros, tan capaces de sentarse en soledad a inventar historias que tal vez pocos lean, para desesperación de sus editores que ven alejarse una vez más la posibilidad de hacerse ricos con el talento ajeno.

Tú comienzo con la novela negra fue algo fortuito (un amigo te dijo que no serías buen escritor de novela negra) ¿Te importaría relatárnoslo?

El tal amigo, que sigue siéndolo y por eso no voy a nombrarlo, desconfiaba de mi capacidad para el policial. Pensándolo bien, debió desconfiar —y con razón— de mi capacidad para novelar cualquier tema. Él es un referente insoslayable cuando se habla de novela negra en Argentina. Escribí Sueños de perro para desafiar sus prejuicios. Tiempo después de terminarla y cuando el texto se había acostumbrado a la penumbra del consabido cajón en el que estaba guardado, lo premiaron en la Semana Negra de Gijón. Ahí empezó todo este malentendido.

Te he escuchado decir que Tripulantes de un viejo bolero es tu novela más triste, y sin embargo conserva esa acidez y ese ingenio propios de tus novelas. ¿Te sirve el humor para escapar de tu propia tristeza?

Es una buena pregunta para mi analista, cuando lo tenga. Supongo que no tomarme en serio es el primer paso para esta larga y a veces solitaria carrera huyendo de la solemnidad y de los que “se la creen”, emprendida desde que me senté a escribir, en mi tierna y lejana infancia.

Los premios y las traducciones vienen a avalar tu obra. ¿Qué importancia les das?

La de la cantidad de sucio dinero con la que vengan acompañados.

Por otra parte, la difusión de tus novelas en tu país deja mucho que desear. ¿A qué se debe esto?

Dejaría que desear si supieran que existo, si oyeran mis pasos en la niebla, si aceptaran que ocupo un lugar en sus antesalas de escritores serios y profundos, que gané el Emecé, cuando era el único premio literario en Argentina, pero contra la decisión del diario “Clarín”, que tenía su candidato ya impuesto a los jurados. Tan malo era ese libro impuesto que dos de ellos —eran tres, los jurados— optaron por el mío. Que un medio tan “importante” te ignore equivale en mi país a que te sepulten vivo, esperando que no respires. Sin embargo aquí me tienes, respirando desde España.

Sin embargo, eres un escritor de escritores. Por ejemplo, no hay autor de novela negra con quien uno hable en España (sea latinoamericano o sea español) que no te tenga por modelo a seguir. ¿Supone esto un apoyo para ti?

Supone que los autores de novela negra en España o son mis amigos o están muy confundidos.

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Muela

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