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Como las guerras

 David Campos

Como las guerras
Las hojas se petrifican
con los mismos signos
de todas las historias.

Ver una torre y pensar
que es la misma
lo mismo
a un cristal
no hallado.

Hoy avanzamos
ebrios que no pueden escribir
desnudos del sol
limpios de cada amanecer
en un centro
al que no llegamos
—por las orillas—.

Sucede que los dibujos
en las sombras
no tienen presente.

Saber los misterios,
curar los días,
leer en las manos
lo que vive por dentro
sin amor, sin ganas.

No salvar nada, ni
la solitaria redención
que nos viene en
la oscuridad terca
de regalar el antaño,

el sueño adormilado
en las mañanas.

El humo es la piel
desvestida
de todos los cuerpos:
lo que pasa
de los interrogatorios
mutuos, con voz queda,
baja, sin besos
para esconder las palabras
antiguas, desconocidas de los cambios.

Y la historia se resume
en lo común de los días
de un universo
alejado
por nuestro,
una nube
convirtiéndose en tormenta
una tormenta tan amada
como odiada
por el miedo de la gente
precoz, ingenua,
escondida entre los golpes
de aquellos
que abrazan tanto
las piedras como
las guerras.

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