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Como en el Titanic

¡Miren esto! Quieren hacernos creer que el barco de la movilidad social se va a pique. Que a los de abajo, a los que están en la tercera clase del buque de la sociedad, subir a cubierta les resulta más difícil que nunca.

Según un estudio del economista Miles Corak, de la Universidad de Ottawa, los norteamericanos tienen un 47 por ciento de probabilidades de quedarse toda la vida en la misma clase social en que nacieron.

Entre los países desarrollados, sigue explicando el estudio, solo dos tienen menos movilidad social que los Estados Unidos: el Reino Unido e Italia. Entretanto, los canadienses tienen 29 por ciento de probabilidades de quedarse estancados en el mismo estamento social que sus padres, y en Dinamarca, la cifra se reduce al 15 por ciento.

¿Cómo? ¿Qué dicen? ¿Que en Dinamarca, un país izquierdista, donde el Estado controla la medicina y se mete en todo, la gente tiene más probabilidades de ascender que en los Estados Unidos? Esas deben de ser tergiversaciones de la izquierda.

En los Estados Unidos, en el capitalismo moderno basado en la oportunidad individual, uno puede triunfar en grande si tiene un talento excepcional y una suerte no menos excepcional.

No le haga caso a esos sospechosos estudios sobre la movilidad social. Hay que ver las cosas con una actitud positiva. Incluso en sistemas despóticos y cerrados como el feudalismo era posible triunfar aunque uno saliera desde abajo. Bastaba, por ejemplo, con que uno participara en una contienda y se destacara en la degollina. Si usted era un guerrero feroz a quien no le importaba irse a la cama cada noche con las manos manchadas de sangre, era posible que un día el rey lo armara caballero y hasta le diera un castillo. Con lo cual usted entraba en las filas de la nobleza y dejaba atrás para siempre la mediocridad del estado social en que había nacido. Usted acababa de crear un nuevo linaje. Usted era un noble.

Claro, no todo el mundo podía alcanzar ese triunfo. De lo contrario, ¿quiénes le habrían servido de criados, de siervos de la gleba? ¿Quién se habría dedicado a ser su bufón?

Algo similar ocurre hoy en día, con la diferencia de que la movilidad social es varias veces mayor que en el medioevo. Estamos mucho mejor; hemos avanzado. Hay quien ha triunfado partiendo desde el ya proverbial negocio en el garaje, como Bill Gates. O como algunos en Miami que han seguido la corriente de hacerse ricos con la empresa en el garaje, solo que en vez de desarrollar un programa informático instalan un cultivo hidropónico de marihuana.

¿Y los que no consiguen triunfar? ¿Los que no tienen el talento o las agallas o la falta de escrúpulos para hacerse ricos? Pues que se fastidien, que el capitalismo moderno no contempla subsidiar la mediocridad. Que trabajen a nuestras órdenes por el salario que nos convenga pagarles, no el que nos exija algún presidente de izquierda, por Dios, habráse visto.

Y de todas formas, si todos triunfaran –como algunos explican con lujo de detalles que es posible, aunque sea teóricamente–, ¿entonces quiénes nos servirían de criados? ¿Quiénes serían nuestros cocineros, nuestras mucamas, nuestros choferes? ¿Quiénes serían nuestros masajistas? ¿Quiénes nos atenderían en los restaurantes caros, en los hoteles de primera, en los cruceros? ¡Por favor!

Y hablando de barcos, ya va siendo hora de que en los cruceros vuelvan a dividir a los pasajeros en primera, segunda y tercera clase. Los aristócratas nos merecemos esa distinción, nos merecemos viajar separados de la plebe, como ocurría en tiempos mejores. Como en el Titanic.

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