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Barajeando las cartas

Primer capítulo del libro Leopoldo María Panero o Las máscaras del Tarot, de Xalbador García


I

Durante el atardecer hay sombras que enfilan rumbo al psiquiátrico de la isla. Yo las he visto deambulando, al lado del camino, en dirección a la cúspide de una de las montañas que decoran Las Palmas de La Gran Canaria. El manicomio se encuentra en la cima. Los pacientes, que salen de la clínica por la mañana, regresan casi siempre a pie. No hay sorpresa para los habitantes del lugar. Para mí fueron ánimas anunciando la llegada de la noche. Atrás y abajo se habían quedado las playas del Atlántico. Atrás y abajo, los bares y las tapas. Atrás y abajo, la razón, la ansiedad por conocer al último de los poetas malditos. Se trataba del recorrido que me llevaría a ese mito llamado Leopoldo María Panero.

Un día antes, por la tarde, me había instalado en un hostal cercano a la Plaza de Santa María Catalina. Llegaba proveniente de Madrid. La hora del arribo me impidió comunicarme con el Hospital Psiquiátrico Carlos I donde me esperaba El Demiurgo. La habitación proponía dormir un poco. Una cama, un pequeño baño y la salvedad de captar, desde dos balcones, algunas postales nocturnas de la ínsula que aún se nutría del mundo moro, la invasión de otros dioses, los ojos como soles nocturnos entre las burkas.

Por la mañana marqué al sanatorio. Leopoldo ya había salido. Aunque la cita estaba programada para las cuatro de la tarde, busqué su rastro por el lugar. Las Palmas es un destino turístico. En su vientre se cruzan las culturas europea e islámica. Es común ver a gente con rasgos moros, andaluces, gitanos, así como los anuncios que invitan a viajar a esa tierra frente a la isla, al mundo tan cercano y a la vez tan desconocido de Marruecos, con su historia de siglos de esplendor y lucha.

Preparé grabadoras y cámaras para mi encuentro con El Demiurgo. El tiempo se hacía destino. Me dirigí hacia el psiquiátrico. Entonces vi las sombras caminar rumbo a la cúspide donde se halla el antiguo Hospital Militar. Luego de nueve años de leer su obra, de estudiar su poesía; luego de nueve años de proponer una lectura a sus palabras; luego de nueve años de soñar con este momento, me encontraría con Leopoldo María Panero. Y me flanqueaban las sombras de los otros internos que, para ese momento, regresaban a su hogar. Era la imagen que El Demiurgo había descrito en su libro Poesía, de 2010:

Aquí está la última danza de los muertos vivientes de aquellos que sonríen al pasar al caer la muerte…

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