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Witold Gombrowicz, Virgilio Piñera, y otro cumpleaños ferdydurkiano

Si existe un libro en el mundo que se puede asegurar leyó y releyó el cubano Virgilio Piñera (1912-1979), ese es Ferdydurke, de Witold Gombrowicz (1904-1969). La historia es bastante conocida: Piñera llegó por primera vez a Buenos Aires en febrero de 1946, como becario de la Comisión Nacional de Cultura de esa ciudad. Salió de La Habana huyendo del hambre y la precariedad que la gestión económica de sucesivos gobiernos republicanos había establecido como norma en la isla. En Argentina, coincidió con Gombrowicz, quien había llegado desde 1939 en un viaje que debió durar dos semanas, pero se extendió por 24 años ante el estallido de la guerra en Europa y la invasión de su natal Polonia.

El cubano nació en la provincia de Matanzas en 1912, y el polaco en una ciudad llamada Maloszyce, en 1904; y quiso la casualidad que ambos vieran la luz un día 4 de agosto. Pudiera poetizarse y decir que los acercó la contemporaneidad, más el amor por la literatura. Pero los dos probaron que su mayor interés hacia los otros radicaba en la contemplación o cercanía de la juventud; pero, sobre todo, que a sus mejores obras literarias llegarían a través de la negación.

En Suramérica, Gombrowicz y Piñera compartieron una circunstancia trascendental: permanecieron a consciencia en una Argentina, “rica de ovejas” y sin demasiado abono para la literatura (Piñera, 85), porque se reconocían como prófugos de la realidad más cruel que habitaba sus países.

Adolfo de Obieta, el hijo de Macedonio Fernández, era amigo común de ambos. Los presentó en febrero de 1946, a pocos días de la llegada de Piñera a Buenos Aires. Un par de meses después, en carta del 17 de abril, el cubano contaba a sus padres sobre una rutina que ya incluía la presencia del polaco en su vida: “Por la noche voy al teatro, o a una visita, o a la tertulia del Conde Gombrowicz, o no salgo” (71). Esas “tertulias” de Gombrowicz en el Café Rex eran, en realidad, un proyecto multitudinario de traducción al castellano de su novela Ferdydurke, proyecto en el que Piñera se involucró con total compromiso.

Ferdydurke se publicó por primera vez en Polonia, en 1937. En el gesto de volver a su estilo absurdo y a sus personajes incomprendidos encontró su autor una renovada forma de relacionarse con la literatura, en un momento en que la emigración forzada estaba sometiéndolo a cierta esterilidad creativa. Según sus propios testimonios, regresar a la novela funcionó como una estrategia de supervivencia, porque Cecilia Debenedetti financió el proyecto de traducción de la obra, otorgándole al autor seis meses de prestaciones económicas.

El proceso de trabajo siguió, a diario, una misma fórmula: Gombrowicz vertía fragmentos de la novela al español, a pesar de su escaso conocimiento del idioma. Llevaba sus progresos al Café Rex, donde sus amigos argentinos los comentaban. Este sistema derivó en una reescritura de la pieza, que el propio autor reconoció en 1947, en su prólogo a la primera edición en castellano.

Gracias al desinteresado trabajo de Piñera en estas reuniones, y probablemente también a su habilidad como traductor, fue “nombrado” presidente de un “comité” más extenso, que estaba conformado por otros literatos como Luis Centurión, el también cubano Humberto Rodríguez Tomeu y el propio Obieta.

Las horas de extenso diálogo, el trabajo colaborativo en torno a la traducción de Ferdydurke, fueron determinantes en la dinámica que adoptó la vida de Piñera durante su primera estancia en Argentina. Pero justo es agregar que también contribuyeron para convertir a Gombrowicz en un autor leído en la lejana y cálida Cuba, desde la década de 1940.

Gracias a la mediación de Piñera ante José Lezama Lima, un adelanto de la traducción de Ferdydurke, titulado “Filimor forrado de niño”, fue publicado en el número 11 de 1946 de la entonces joven revista Orígenes. Algunos meses después de que apareció el texto, el 17 de noviembre de 1947, Piñera escribió una carta a Lezama, donde se interesaba sobre la aceptación en La Habana de la obra del polaco y daba cuenta de todos los esfuerzos que hacía para visibilizarla en el sur: “Si me escribes decir (sic) apareció o no, crítica en Orígenes al Ferdydurke. Yo publiqué una en Realidad —la revista que dirige Romero y Ayala. También apareció una nota de Humberto en Cuadernos; yo publico un ensayo sobre el libro en el suplemento dominical de La Nación. Me gustaría que se ocuparan de comentar el libro” (86).

Al inicio de la misiva, anunció además a Lezama que le mandaba “dos revistitas: ataques a Sur y su grupo, a los poetas, a los connaisseus, a los muy cultos, etcétera. Estamos dando la batalla” (idem). Sus palabras están reunidas en el volumen Virgilio Piñera, de vuelta y vuelta. Correspondencia 1932-1978, editado en 2011 por Roberto Pérez León, y subrayan el alcance de su gesto cotidiano: la lucha contra el “afrancesamiento” de la cultura argentina era una lucha colectiva, que tenía como líderes del pequeño círculo a Gombrowicz y a Piñera, y como bandera a Ferdydurke.

Los boletines que envió a Lezama estaban titulados, respectivamente, Aurora. Revista de la Insistencia y Victrola. Revista de la Resistencia. Más que publicaciones eran hojas sueltas, llenas de humor y sátira, creadas por el polaco y el cubano en sus ratos de descanso. Desde que vieron la luz, las “revistitas” nunca han sido leídas por separado. El escritor cubano Reynaldo González las identificó muy tempranamente como coordenadas indispensables para comprender el humor de ambos escritores (1987: 4).

Estos “juguetes literarios” muestran la forma lúdica en que Piñera y Gombrowicz construyeron una crítica compartida a la cultura europea que minaba a Argentina. Aurora y Victrola manifiestan, además, el rechazo de ambos ante la pose intelectual como una forma de presencia social. En el presente, ambas revistas funcionan como bisagras sobre las que se abre una puerta que descubre la amplia red de influencias estéticas y posturas filosóficas que se estaba tejiendo entre los dos autores. Llama la atención, por ejemplo, cómo los planteamientos que aparecen en Aurora Victrola, y que estaban destinados a criticar el lenguaje y la literatura de la región, fueron retomados por Piñera, en su ensayo “El país del arte”, publicado en Orígenes, en el invierno de 1947.

En cualquier caso, la traducción al español de Ferdydurke; la insistencia del “comité de traductores” por publicitarla en medios de prensa cubanos y argentinos, así como los diálogos literarios que comenzaron a establecerse en torno a dicho ejercicio intelectual, contribuyeron con el regreso de Gombrowicz al universo literario. El 28 de agosto de 1947, en el Centro Cultural Fray Mocho, de Buenos Aires, impartió la conferencia “Contra los poetas”. Gracias a los testimonios de Humberto Rodríguez Tomeu, se sabe que él y Piñera también estuvieron presentes cuando el polaco presentó su famosa teoría anti-poética:

Piñera y yo habíamos seleccionado extractos de poesías para ilustrar el texto de Gombrowicz. Piñera leía los poemas mostrando el aspecto grandilocuente y ridículo de ciertos versos. Algunos eran extractos de poemas conocidos. Evidentemente, un verso separado de su contexto se volvía a menudo absurdo. Gombrowicz se puso nervioso antes de comenzar. Pero después de la conferencia, cuando la gente, principalmente los jóvenes, formularon preguntas, estaba muy cómodo para responderlas (citado por Rita Gombrowicz, 2015: 7).

Desde la presentación pública de su ensayo “Contra los poetas”, el polaco planteó ideas tan radicales como: “Libros como La muerte de Virgilio, de Herman Broch, o aun el celebrado Ulises, de Joyce, resultan imposibles de leer por ser demasiado ‘artísticos’”, o “la poesía pura además de constituir un estilo hermético y unilateral, constituye también un mundo hermético” (2015: 17).

A finales de 1954, Piñera comenzó a colaborar con el traductor y ensayista cubano José Rodríguez Feo, para publicar una nueva revista llamada Ciclón. Se propusieron que fuera un ejemplo de antiorigenismo y como tal la introdujeron en la escena cultural cubana desde su primer número, con el editorial titulado “Borrón y cuenta nueva” (1955). Ciclón se presentó como “un arma secreta” que borraría el sectarismo de sus predecesoras y abriría las puertas a las nuevas generaciones de autores cubanos. Más allá de las dificultades que esta abarcadora pretensión representó a largo plazo, justo es decir que la revista logró ejercer un amplio movimiento crítico en contra del estado de las letras nacionales.

Como parte de este diálogo fustigador, se publicó “Contra los poetas” (9-16), de Gombrowicz, en el número 5 de Ciclón. Ocho años después de ser pronunciado por primera vez, el ensayo dejó de ser leído por Piñera como una crítica contra Sur para reinterpretarlo como una crítica contra el grupo OrígenesEn carta del 15 de marzo de 1955, defendía ante Rodríguez Feo la obra del polaco y la necesidad de publicar “Contra los poetas” que, según entendía, “será un “buen campanazo” para el decadente grupito de Orígenes» (107).

El ensayo es, en definitiva, una crítica abierta a quienes emplearan el conocimiento de la poesía como estrategia para sobresalir socialmente, y también a quienes cultivaban la poesía con una preocupación estricta por su forma. Después de la aparición de este texto, en Ciclón, Gombrowicz publicó la reseña “Carne y Cuero”, en el número 3 de 1956, dedicada a analizar el libro homónimo de Félicien Marceau. Así como la narración “El Banquete”, en la edición 4, también de 1956.

Sin embargo, cuando se publicó “El Banquete”, las relaciones entre Piñera y Gombrowicz ya no eran el idilio lúdico recogido en Aurora y Victrola. El cubano, interesado en crear redes de colaboración que contribuyan con la fama de Ciclón y de su propia obra, comenzó a interesarse, en la década de 1950, por colaborar con Sur. Un gesto que no perdonó el polaco, por considerarlo una traición. De hecho, “El banquete” fue incluido en el número de julio de 1956 de Ciclón sólo para “taparle la boca” a su autor, según pedía Piñera a Rodríguez Feo. La situación entre los amigos se agravaba por la mediación de Rodríguez Feo, quien, como director de la revista y apasionado promotor cultural, externaba a Piñera su interés por publicar fragmentos del Diario de Gombrowicz solo si éste eliminaba los párrafos necesarios para “no ofender al círculo celeste de Sur” (148).

En estos mismos meses, Piñera profundizaba además su cercanía con José Bianco, por entonces al frente de la Redacción de Sur. El 24 de agosto de 1956, Piñera dejaba testimonio en sus cartas a Rodríguez Feo de que “Bianco está tan entusiasmado que no uno sino tres cuentos publica en este número de Sur: ‘La Caída’, ‘La Carne’ y ‘El Infierno’” (166). El 4 de septiembre, anunciaba: “Bianco me dice haber recibido carta tuya, para completar el homenaje me pone en la faja de Sur” (169). Y así sucesivamente.

Como las misivas indican, las crecientes alabanzas a Bianco y el distanciamiento, por contraste, con Gombrowicz, tienen su clímax en 1956. Para entonces han pasado diez años desde la traducción de Ferdydurke al español. A pesar de la lejanía y de los reproches que Gombrowicz también hizo al cubano, la relación entre ambos languideció, pero no murió. Parecen haberla retomado en la década de 1960, según las cartas que Piñera reunió en “Gombrowicz por él mismo”, un texto aparecido en el número 1 de 1968 de la revista Unión.

Queda claro que la amistad entre el polaco y el cubano no estuvo exenta de las discordias que sus respectivos caracteres hacían inevitables; pero que redundó más en el intercambio de ideas, teorías literarias, recomendaciones bibliográficas, suposiciones, y paranoias políticas. La presencia de Gombrowicz en la antesala de la escritura de las más grandes obras piñerianas permite, además, especular sobre el valor de esta amistad. Porque la labor del polaco en Argentina representó para Piñera la posibilidad de mirar de cerca los márgenes del continente europeo, desde una visión políticamente incómoda, descentralizada. Tal como se percibe, por ejemplo, en la pieza teatral Los siervos, publicada por Virgilio en 1955, como crítica abierta al régimen soviético.

En definitiva, la ideología de Gombrowicz debió ser muy atractiva para el espíritu polemista del cubano, quien resultó uno de los mejores lectores latinoamericanos de Ferdydurke, uno de los pocos capaces de dar después a luz su propio y auténtico ferdydurkismo, uno de sino tropical.

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