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Virginia, te espero para el café

 

Así le hablo a ella aunque no me escuche. Así la llamo aunque solo pueda comunicarme con ella a través de sus textos, es especial A Room of One’s Own. Siempre he pensado que para la época, Virginia Woolf era una futurista. O no digamos futurista, sino que sencillamente nació antes de su tiempo perfecto. Así pues, sigue el curso de Sor Juana Inés de la Cruz, por ejemplo, quien para muchos es la primera feminista de América sin pensar que durante el tiempo en que vivió el feminismo todavía no había surgido. Es una afirmación, digamos, anacrónica. Lo mismo pasa con Woolf. Ella era más de lo que su tiempo podía esperar, era más de lo que la idiosincrasia de Europa y el mundo podía manejar.

Woolf ya hablaba de la imposibilidad de la mujer para expresarse a través de la palabra escrita, no por cuestión biológica ni pragmática, sino por razones sociales. En el tercer capítulo de su libro, publicado en 1929, Woolf hace referencia a Judith, una supuesta hermana de Shakespeare. Directamente se atreve a preguntarle al lector qué hubiera sido de Judith si hubiera resultado ser tan talentosa con la pluma como su hermano. La respuesta es simple: hubiera sido Judith, simplemente Judith. Jamás hubiera llegado a ser la famosa Judith, la gran Judith, porque sencillamente la sociedad se lo hubiera impedido. De allí que tilden a Woolf de feminista, de ir contra la corriente y que después lamenten su debilidad ante la hegemonía que la arropaba, siendo su final el suicidio. Y vuelvo a pensar en Sor Juana, que sucumbió ante el poder masculino de la Iglesia que la traicionó y la hundió en una depresión tan grande que la hizo morir de tristeza -aunque dicen que falleció por la peste en México-. Total, que para Virginia Woolf, la única forma de que una mujer puede llegar a escribir es teniendo un cuarto para ella sola en el que pueda encerrarse con llave y disponer de su mente para abrirla al mundo y plasmarla en el papel. Además del cuarto propio, añade Woolf, la necesidad de tener dinero es imperiosa.

Hay quienes critican a Woolf por parecer elitista y decir que las mujeres con dinero y con alguien que las ayude con los deberes de la casa y los niños, son las únicas que pueden escribir y llegar a tener una voz dentro del mundo patriarcal imponente. Yo, por mi parte, no veo la raíz elitista de la cuestión. Más que un carácter altivo, Woolf está hablando desde el estómago, a través de los ojos de la realidad social del campo literario. La mujer no es elitista, la sociedad lo es. Sino pongámonos a pensar, solo por mencionar un par de casos, acerca de la ausencia de mujeres en la Generación del 98 o en el boom latinoamericano. Elena Garro, por ejemplo, ni se nombra en conexión con el boom pero en su centenario, aparece una antología en la que se le rinde homenaje por haber tenido algún tipo de relación con hombres como Octavio Paz, Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Gabriel García Márquez. Entonces falta de talento no es, hay otras razones que van más allá. Para el mismo año que Woolf publicara A Room of One’s Own, la venezolana Teresa de la Parra se encontraba publicando la segunda de sus dos grandes obras, Memorias de Mamá Blanca. De la Parra pertenecía a la clase alta de principios de siglo XX, a aquel grupo venezolano que todavía rememoraba la vida colonial en las plantaciones de caña y que miraba a París como modelo a seguir. Aunque tuvo un gran amor, de la Parra no se casó, no fue madre, y tuvo la suerte de heredar una pequeña fortuna de la mujer que fuera su protectora y que la introdujera al mundo de la literatura internacional. De la Parra no era cualquier tonta y logró por su talento y una conjugación de factores del destino, destacarse dentro de los círculos literarios de América y Europa de la época. Quizás en otro tipo de circunstancias no lo hubiera alcanzado.

A pesar de haber sido escrito hace tanto tiempo, A Room of One’s Own sigue vigente y es una joya. Se me impregnó en la memoria desde la primera vez que lo leí hace varios años, cuando todavía no había parido. Y ahora que soy madre y que vivo en un sitio lejos de mi tierra natal y alejada de la familia entiendo el punto de Woolf mucho más. Tanto así, que extraño tomarme un café con mi querida Virginia, extraño nuestras charlas de cosas triviales y de temas profundos, me hace falta hablarle por teléfono o mandarle un mensaje de texto por el celular. O hasta un correo electrónico. Extraño lo que nunca viví con ella porque ella me entiende tanto como yo la entiendo a ella. Y digo que sí, para poder escribir, en mi caso por ejemplo, se necesita concentración y silencio, un mundo propio, un lugar en el que no se es madre, ni esposa, ni profesora, ni hija, ni nada; un lugar en el que no se cumplen horarios laborales y en el que solo se es creadora. La vida me ha puesto en otro momento del mundo, en el cual la tecnología da más libertad y fácil acceso a las herramientas de creación y publicación, y me ha puesto al lado a una pareja que me apoya observándome desde su propio mundo artístico. Sin embargo, no puedo sentarme horas frente a la computadora a escribir o en un sillón a leer, sin interrupciones. Tiene que darse, me dispongo a repetir, una conjugación de factores para que la mujer pueda tener esa voz que tanto busca.

Apúrate, Virginia, que el cafecito se enfría.

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