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Una cura para el sistema de salud

 

Demostrando una vez más su insensibilidad hacia los norteamericanos que no pertenecen a la clase adinerada, el presidente Donald Trump volvió a exigir a los congresistas republicanos que aprobaran la reforma del sistema de salud llamada Ley Estadounidense de Cuidado de la Salud (AHCA por sus siglas en inglés) antes de que los legisladores se vayan de vacaciones.

El 11 de julio, en uno de sus numerosos y controversiales tuits, Trump dijo: “No me puedo imaginar que se atrevan a dejar Washington sin una bonita nueva ley de salud completamente aprobada”.

La AHCA –más conocida como Trumpcare porque el presidente es su principal defensor– afrontó desde sus inicios la negativa de los legisladores demócratas a aprobarla. Incluso varios republicanos expresaron sus dudas. A principios de julio, unos 10 dijeron que no votarían por el proyecto tal como estaba escrito. El senador Bill Cassidy, republicano por Luisiana y médico de profesión, dijo el 9 de julio que “el proyecto ha muerto”.

No obstante, Trump y la mayoría de los republicanos se comprometieron a reemplazar a toda costa la Ley de Cuidado de la Salud a Precios Bajos, promulgada por el ex presidente Barack Obama y conocida como Obamacare. La insistencia de Trump y sus seguidores por revocar el Obamacare forma parte de su decisión de borrar completamente el legado del primer presidente afroamericano de los Estados Unidos. Es una decisión obsesiva, y para lograrla el bienestar de la gente les importa un bledo.

Obamacare está lejos de ser perfecto, pero al menos dio acceso a la atención médica a millones de norteamericanos que antes tenían que esperar a estar prácticamente al borde de la muerte para acudir a una sala de emergencia, y luego pagar como pudieran el abusivo costo de una visita o de una estancia en un hospital.

 

Obamacare también obligó a las aseguradoras a aceptar a personas con lo que se conoce como “condiciones preexistentes”, es decir, a personas que tienen alguna enfermedad cuando solicitan un seguro médico. Antes de Obamacare, las aseguradoras simplemente les negaban la cobertura a esas personas, mientras Hipócrates se revolvía en la tumba.

El plan de salud del presidente Obama también asignó fondos federales para ayudar económicamente a los que no pudieran costear un seguro médico, mientras aumentaba los impuestos a los estadounidenses más ricos.

La ley por la que Trump ha abogado con insistencia dejaría a unos 25 millones de personas sin seguro médico, crearía un sistema de créditos fiscales federales para que la gente compre seguro, reduciría enormemente los fondos para el Medicaid –el programa de salud para personas de bajos ingresos, costeado por fondos federales y de los estados– y permitiría que los estados eliminen muchos beneficios de Obamacare, como la atención a embarazadas, servicios de emergencia y tratamientos de salud mental.

Una encuesta realizada a fines de junio por USA Today y la Universidad de Suffolk reveló que solamente el 12 por ciento de la población aprueba el Trumpcare. Pero ocho de cada diez republicanos expresaron su deseo de revocar Obamacare, y casi la tercera parte –entre ellos el presidente Trump– dijo que Obamacare se debía anular aun cuando una ley de reemplazo no estuviera lista. Una idea suicida que indica el grado de solidaridad social en las filas del GOP.

El congresista John Conyers.

La solución a este dilema la ha ofrecido el congresista John Conyers, demócrata por Michigan que está en el Capitolio desde 1965. Conyers ha presentado un proyecto de ley, el H.R. 676, que extendería el Medicare a todos. El Medicare es un programa federal costeado por los contribuyentes, que da atención médica a las personas mayores y a los que tienen discapacidades. Conyers quiere extenderlo a toda la población.

El Medicare para todos dejaría intacta la estructura actual de hospitales privados y consultas médicas privadas. Pero como señalan Amy Goodman y Denis Moynihan en el artículo La solución a nuestros males, publicado en Democracy Now!, las aseguradoras tal como las conocemos hoy desaparecerían al quedarse sin negocio.

El plan que propone el congresista Conyers sería muy similar al que existe en todos los países desarrollados menos en los Estados Unidos. Convertiría por fin el cuidado de la salud en un derecho para todos, y no en un privilegio para los que puedan pagarlo.

Es hora de que los norteamericanos despierten y no se dejen engañar más por los mercaderes que han hecho del cuidado de la salud un negocio lucrativo. Es hora de que entiendan que, contra lo que afirma la propaganda neoliberal, dejar toda actividad en manos del sector privado no siempre es lo mejor para todos, y muchas veces es lo peor. En el caso de la salud, la relación entre el médico y el paciente no debe estar definida por las leyes del mercado, de cuya ineficiencia en ese campo vemos pruebas todos los días.

Trump llegó a la presidencia sobre la ola de un patriotismo exacerbado. No encuentro muchas cosas más patrióticas que dar atención médica gratis, costeada por los impuestos que pagamos, a todos los norteamericanos, sin distinción de posición económica. Esa sería la cura verdadera, patriótica y humana al dilema de la salud.

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