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Su mesa está servida, Miss Sumac

La entrevisté dos veces en los años 90, dentro del marco de uno de sus “comebacks” a la música. Éste sería uno de sus últimos. Yma Sumac se apoderó de un pequeño escenario en Miami Beach, y enseguida dejó ver por qué, aún entrada en edad y con la voz menos prodigiosa que antes, seguía siendo única.

“Una fantasía musical viviente en Technicolor”, la describieron en alguna ocasión. Fue objeto de controversia: ¿era en realidad descendiente del último de los emperadores incas, Atahualpa, o un ama de casa de Brooklyn haciéndose pasar por princesa indígena? (no, no era impostora, y el apellido materno sí era Atahualpa). Decía que hablaba con las criaturas de la naturaleza, mientras en realidad cantaba como ellas. Impulsada por su esposo y por su sello discográfico, originó mito y leyenda al mezclar ficción con realidad; se lució de manera más operática que cualquier diva de la ópera; alcanzó notas musicales que parecían extraterrestres; y forjó una imagen que ya hubieran querido Lady Gaga, Madonna, y otras superestrellas.

Su música persiste en comerciales (Campari), películas (Confessions of a Dangerous Mind),en canciones de otros artistas (su tema Bo Mambolo “samplearon” los Black Eyed Peas en Hands Up), y en programas de la TV americana como Mad Meno Ru Paul’s Drag Race. Además, su obra resulta infaltable en el repertorio de cualquier drag queen del planeta que se precie de hacer un tour de force de lip-sync en escena. En Australia este verano, la soprano Ali McGregor debutó el espectáculo de cabaré teatro Yma Sumac – The Peruvian Songbird, con críticas positivas.

Este nuevo boom de interés explotó después del fallecimiento el 1 de noviembre de 2008 de Yma Sumac, o Zoila Augusta Emperatriz Chávarri del Castillo. Provinciana de la región de Cajamarca, Perú, junto a su esposo, el empresario y conductor Moisés Vivanco, la emprendió en 1946 como la jovencita “Imma Summack” rumbo a Estados Unidos tras un breve paso por la Argentina y otros países de América Latina.

En EE.UU., Sumac y Vivanco no sólo conquistarían las mecas del entretenimiento, Nueva York y Los Ángeles, sino que de ahí su éxito se propagaría por todo el mundo. Eso en épocas en las que no existían ni las redes sociales ni los smartphones ni el culto desmedido a la celebridad.

Avatar de ritmos folclóricos peruanos durante los inicios de su carrera, en los años 50 Sumac se convirtió en la reina indiscutible de la música llamada en inglés exotica, hoy lounge, considerada cool y hip desde Palm Springs hasta Berlín. Participó en dos películas de Hollywood, una, Secret of the Incas (1954), con Charlton Heston, la cual serviría de inspiración futura a Steven Spielberg y su Indiana Jones en Raiders of the Lost Ark, y otra, Omar Khayyam (1957), sobre el famoso poeta persa del mismo nombre.

Los logros de Sumac y Vivanco (la volátil pareja terminaría en divorcio, pero ella seguiría su ascenso artístico), no fueron poquita cosa. En un momento, Sumac incluso destronó al rey del rock ’n’ roll, vendiendo más discos que Elvis Presley.

El Hollywood Latino

Sumac fue parte de una era que hoy, tan polarizado y virulento nuestro país, parece incomprensible, cuando ella y otros talentos latinos refulgieron en todo Hollywood: Rita Hayworth (Margarita Carmen Cansino), Ricardo Montalbán, Ramón Novarro, César Romero, Fernando Lamas, Olga San Juan, Carmen Miranda, Rita Moreno, Raquel Welch (Jo-Raquel Tejada), Anthony Quinn (Antonio Rodolfo Quinn Oaxaca), Dolores del Río, Lupe Vélez,  Arturo de Córdova, Gilbert Roland (Luis Antonio Dámaso de Alonso), y María Montez, entre otros.

Los críticos sostienen, y no con desacierto, que la mayoría de los papeles de estos artistas eran estereotipados, racistas, denigrantes, o secundarios. Que muchos talentos tuvieron que sacrificar su identidad al anglicanizar su nombre. Que se despreciaba el español en el cine. Que había paternalismo, colonialismo, desdén. Y si cantaban, como Sumac, que la música no era auténtica (a veces lo era, a veces no).

Lo que es innegable es que, a pesar de los factores negativos, nunca hubo tanta presencia de los latinos en la conciencia norteamericana como la que existió durante la época dorada de Hollywood. Y ése no es el caso hoy.

En los años 20 y 30, las productoras de cine llegaron a realizar versiones en español de igual o más alto calibre que sus producciones fílmicas en inglés (Drácula, el mejor ejemplo); insertaron la exuberancia, colorido, y alegría de la música y cultura latinas a sus musicales anglosajones, siguiendo esto una latinización de los ritmos estadounidenses en los 30s y 40s con músicos de Cuba, Puerto Rico, México, etc. La política del Buen Vecino, iniciada durante el gobierno del presidente Franklin D. Roosevelt, encontró en Carmen Miranda a su musa, y Walt Disney extendió la mano con las cintas animadas Saludos Amigos (1942) y The Three Caballeros (1944).

Pese a los disparates y prejuicios que estas visiones hollywoodenses proyectaron, aún así pusieron a los latinos en el mapa, hicieron estrellas a muchos de ellos y, por unos pocos años al menos, enamoraron al público norteamericano de todo aquello que pudiera lucir, saber, sonar, o ser, latino.

Ese panorama, sin embargo, comenzó a decaer según avanzaban los años 50, aún con la presencia de Desi Arnaz en la tele, y desde entonces, el camino ha sido arduo y lento. Todavía subsisten, si bien en menor cantidad y con menos obviedad, los papeles de criminal (ahora sustituido por narcotraficante), prostituta, empleado doméstico, pandillero, y demás clichés que han perseguido a los latinos.

Y el cambio, ¿pa’cuando?

Entre los recientes éxitos masivos en la taquilla de Crazy Rich Asians (de elenco totalmente asiático, algo que no sucedía con una película desde The Joy Luck Club en 1993) y Black Panther (sobre el superhéroe americano de ascendencia africana inmortalizado por Marvel Comics); y un porcentaje récord, 8.8, según el grupo GLADD, en la inclusión de personajes representativos de las comunidades LGBTQ en la televisión estadounidense, pareciera que se ha llegado a una etapa dorada de la diversidad en Hollywood.

La realidad, sin embargo, no es tan así, y eso lo avalan los números, máxime en lo que se refiere a un grupo étnico en particular: los hispanos. Mientras hay más de 50 millones de personas de esta colectividad en Estados Unidos, sólo 5.8 porciento de los roles en el cine y la TV de aquí recaen en actores y actrices latinos, reveló en 2016 un informe de la Annenberg School for Communication and Journalism de la University of Southern California.

Y sí, por ahí están en pantalla grande o chica Jennifer López, América Ferrara, Sofía Vergara, Benicio del Toro, Gina Rodríguez, Oscar Issac, Edgar Ramírez, Eva Longoria, y Edward James Olmos, por mencionar algunos nombres. Detrás de cámaras también hay sus talentos, como el guionista y dramaturgo Roberto Aguirre-Sacasa (Riverdale), y los directores Alejandro González Iñárritu (The Revenant), Alfonso Cuarón (Gravity) y Guillermo del Toro (The Shape of Water).

Todos ellos son prueba de que ha habido progreso. Pero, en comparación con los logros obtenidos y mantenidos por otros grupos, nos quedamos atrás.

Uno puede hacerse muchas preguntas para tratar de entender el por qué de este fenómeno: ¿ser hispano es ser “el otro”? ¿la presencia del español asusta? ¿las culturas son demasiado distintas a las que fundaron Estados Unidos? ¿hay falta de interés entre los ejecutivos, políticos, y productores que controlan el poder y el dinero? ¿son prejuicios? ¿es el fracaso de los latinos por hacerse escuchar y calar hondo? No sé. Lo que sí sé es que Yma Sumac logró algo que hoy en ocasiones me parece remoto: luchó contra la invisibilidad sin un hashtag, trinando al igual que un gorrión y vistiendo como salida de un arcoíris.

En los últimos años de su vida, Sumac regresó de visita a su Perú natal para finalmente ser recibida con los elogios que merecía. La vuelta a casa se había demorado por cualquier cantidad de razones, incluyendo críticas de sus coterráneos sobre la autenticidad de su música, su imagen estrambótica, su decisión de radicar en Estados Unidos de por vida, su color de piel claro no cónsono con la idea del mestizaje. Pero Sumac, ya sea diosa de culto, soberana soprano, figura del camp, mensajera de los Andes al universo, o intérprete de lo bizarro, puso en alto música con palabras de su tierra, nunca renegó de ser peruana, y creó algo verdaderamente original y mágico con su latinidad.

A ver, entonces, cuándo Hollywood le hace una película en su honor.

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