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Somos el eslabón perdido

El 16 de septiembre de 2004, el extraordinario narrador, dramaturgo y ensayista argentino Abelardo Castillo —fallecido el pasado 2 de mayo, a los 82 años— concedió, en su casa de Buenos Aires, una entrevista exclusiva a “Lilith”, revista cultural argentina dirigida por Oscar Oriolo y Rubén Sacchi. Durante la extensa charla —de la cual sólo se incluyen aquí algunos momentos salientes, Castillo paseó su apasionado discurso, no exento de humor, por las grandes obras de la literatura, por la política, la religión y la filosofía. 

Lilith: Nuestra revista tiene un origen que data casi de la época de “El Ornitorrinco” (mítica revista literaria fundada por Castillo): empezó como publicación totalmente subterránea y mimeografiada, se llamaba “Lilith” y tirábamos 300 ejemplares que circulaban un poco clandestinamente. Éramos jóvenes pero con ganas de resistir.

Castillo: Es curioso, hay muchos que creen que acá no existió nada durante la dictadura en la Argentina (1976-1983). ¿Vos sabés que es la época en que más revistas literarias salieron después del sesenta? “El Ornitorrinco” fue la primera, pero hubo un momento en que había como cien.

L: “El evangelio según Van Hutten” es su última novela publicada. ¿En qué está trabajando actualmente?

C: Acabo de terminar un libro de cuentos que se llama “El espejo que  tiembla”: mi título está, de algún modo, basado en una frase de los diarios de Franz Kafka, donde dice que todos llevamos dentro un cuarto secreto, y que esto se puede comprobar incluso auditivamente, cuando se pasa cerca de otra persona a la noche: a veces, si se pone atención, se siente como una especie de rumor, de eco, y como el sonido de un espejo que golpeara contra la pared.

L: Acabo de leer “El evangelio”, así que mis preguntas sobre esa novela van a ser balbuceantes.

C: Mirá, como dijo Oscar Wilde, lo único que no importa en la entrevista son las preguntas. Importan las respuestas. (…) El que era vivísimo para esto era (Jorge Luis) Borges, por ejemplo. A Borges vos podías hacerle cualquier pregunta, pero él contestaba lo que quería (risas).

L: En una época, Bob Dylan también respondía cualquier cosa cuando le hacían reportajes. Usted lo nombra en “Crónica de un iniciado” (precuela de “El que tiene sed”, cuyo personaje central, alter ego de Castillo, se debate en el infierno del alcoholismo).

C: En “Crónica” (los personajes) hablan de Bob Dylan, del comunismo y de Dios. Bueno, era un icono de nuestra generación. Porque ésa fue la generación de Bob Dylan pero también, luego, la de los Beatles.

L: Usted estuvo en una escuela religiosa y su vocación era ser sacerdote, ¿a los 15 años decidió que no iba a ser así?

C: Un poco antes de los 15 años, y para decirlo con palabras que pertenecen al ámbito religioso, perdí la fe, digamos; pero tal vez ya antes de esa edad había decidido que el sacerdocio no era para mí. Incluso suelo contar una anécdota muy cercana a mi alejamiento del colegio en donde yo estudiaba, en Ramos Mejía (localidad al oeste de la ciudad de Buenos Aires): cuando nosotros salimos ese año de vacaciones, los sacerdotes nos dieron algunos consejos para mantenernos en santidad durante el tiempo que estuviéramos fuera del colegio, y uno de ellos era no ir a ver la película “Dillinger”, que en ese momento se estaba exhibiendo: “Dillinger, el enemigo público número uno”, la historia del famoso pistolero norteamericano. No sé si todos, pero por lo menos yo, y estoy seguro que casi todos, lo primero que hicimos fue ir a ver a  “Dillinger”, y creo que aquel fue uno de los consejos peor dados por un santo varón eclesiástico para manejar a los chicos. Y a partir del momento en que vi “Dillinger”, creo que empezó a tambalear mi vocación, y ya tenía más ganas de ser el enemigo público número uno que convertirme en sacerdote.

L: ¿Lo echaron del colegio?

C: Del Nacional de San Pedro, sí.

L: La pérdida de fe a la que alude, ¿lo convierte en ateo?

C: No. Me convierte en agnóstico, no me atrevo a decir que soy ateo porque ateo implica el sin dios de un modo absoluto, y mi inteligencia —suponiendo que la  tenga— no es tan arrogante como para negar a Dios desde el punto de vista de las certezas (NOTA: curiosamente, años después del presente reportaje Castillo confesó, en un poema de su autoría, que en ocasiones oraba, lo cual lo convierte en “un agnóstico que reza”). Creo que nadie puede negar ni afirmar la existencia de Dios, ¿no?, y el hecho de que exista o haya existido tanta gente eminente y de inteligencia realmente superior que ha creído en Dios, y cuya inteligencia no estaba en oposición a su fe, o por lo menos no la sentían, me hace dudar de que yo pueda afirmar directamente que Dios no existe. Lo que sí afirmo es que yo no creo en Dios. Que es una cosa bastante distinta.

L: En un reportaje usted dijo que “El evangelio según Van Hutten” era una novela bastante herética, básicamente por el tema. ¿Tuvo por parte del clero o de algún sector vinculado con la Iglesia alguna crítica con respecto a la novela?

C: No. Digamos: directa y oficial, no. Sé que en algunos sectores no cayó lo suficientemente bien, cosa que por otra parte no esperaba, ¿no?

L: En algún reportaje dijo que admira a Stephen King.

C: Yo creo que hay escritores de primer orden y escritores de segundo orden. Hay excelentes escritores de segundo orden: Stephen King es uno de ellos. Cuenta anécdotas, no escribe novelas de ideas. (…) El personaje de “El resplandor” es un alcohólico, King iba a cargar sobre ese tema, pero prefirió después cargar sobre el tema del terror. Y probablemente se perdió una gran novela por culpa de eso. Pero evidentemente él sabe manejar muy bien los tiempos novelísticos y eso se aprende de ellos más que de un gran autor.

L: ¿Qué le pareció la adaptación de Stanley Kubrick de “El resplandor”?

C: Me encantó.

L: Le pregunté a Ricardo Piglia qué opinaba de esa película y su interpretación fue: “la neurosis de un escritor que no puede escribir.”

C: Entre otras, pero para mí el tema es el de un alcohólico culposo. (…) Digo: ahí tenía una historia de un gran peso y luego me enteré de que esa era una historia que quería contar, pero después en el fárrago del terror prefirió dejar ese tema.

L: ¿Tuvo alguna experiencia extraña o sorprendente al estar en contacto con algún lector?

C: Sí, con “Crónica de un iniciado”: yo salía de la Universidad de Belgrano porque me habían hecho un reportaje ahí que salía por radio, y una chica me dice: “Usted a mí me salvó la vida”, y le pregunté por qué. Fue un momento bastante emotivo y era porque había leído “Crónica de un iniciado” en un momento muy amargo de su vida, porque acababa de morir el padre, y a mí me llamó la atención porque “Crónica de un iniciado” es un libro, bien leído, más bien desesperanzado. (…) Y le digo: pero es un libro muy amargo. “Pero justamente por eso, es decir, porque pensé que si un autor realmente puede sentir eso, si piensa que vamos hacia la nada y que en realidad es como si la vida no tuviera sentido y el único sentido es el que uno le da, y puede escribir un libro así, evidentemente hay como una salida, ¿no?” (…) En el momento en que ella estaba dudando entre matarse o no, literalmente, porque estaba muy mal por la muerte de su padre, es como si eso la hubiese sacado de un pozo, la sacó por la negativa. Y ése sí fue un encuentro con un lector de esos que uno no se olvida.

L: Usted opinó, como Antonin Artaud, que cada artista lo es para escapar de un infierno particular. ¿Cuál sería el suyo o cómo lo representa?

C: Bueno, esa respuesta me la reservo, es decir: si no, vamos a entrar en una zona casi como psicoanalítica, pero es cierto y ese infierno no necesariamente es una sola cosa, es decir: son parciales infiernos que vamos viviendo, y algunos de los que no somos conscientes, ¿no? Pero, de hecho, el arte, para el artista en general, es una especie de soga de la que se cuelga para llegar a alguna parte o lograrlo en alguna medida…

L: Usted admira a Edgar Allan Poe; de hecho, le dedicó su segunda obra teatral, “Israfel”. ¿Cree que la obra de Poe estaba influenciada por el alcohol y las drogas?

C: No, porque varias de las obras de Poe que hablan del tema del alcohol y la droga son previas a la caída de Poe. Hay una estructura yo diría demencial o adictiva o como quieras llamarle, que ya venía con Poe: la prueba está en que sus primeros poemas son tan raros como los últimos, a los que se les atribuyó la influencia del opio. (…) No creo que el alcohol y la droga le ayuden a nadie a escribir una novela, más bien creo que le impiden hacerlo; lo que ocurre, a veces, es que eso se da en un gran escritor al que su adicción no le impide escribir: el caso de Malcolm Lowry. (…) Yo no creo que sirva, para escribir, la droga, además sin contar con un hecho elemental, si estás alcoholizado de verdad, si sos alcohólico en serio —emborracharse se emborracha cualquiera, y hay una diferencia considerable entre un borracho y un alcohólico—, en realidad no estás en condiciones físicas de escribir si no se puede mantener una lapicera en la mano. (…) El propio Poe llegó a decir en uno de sus cuentos: “¡qué enfermedad hay, peor que el alcohol!”

L: En “Discusión crítica a ‘La crisis del marxismo’”, usted habla de la sustitución de la humanidad por otra. ¿Sigue vigente ese proyecto?

C: Sí, por supuesto que sí. Creo que ha sido el proyecto de por lo menos algunos hombres a lo largo de toda la historia. Lo que se quiere cambiar no es una situación social, lo que se quiere cambiar es la condición del hombre. Es decir, cuando Nietzsche instala la idea del Hombre Nuevo, retomada después por hombres como el “Che”, por ejemplo, pero que también estaba vigente en las ideas de Mahatma Gandhi, en realidad no se piensa en un arquetipo humano que va a venir a salvarnos a todos, en un hombre perfecto; se piensa en el hombre en general, el hombre nuevo no es uno, el hombre nuevo es como una humanidad nueva. (…) Y si la humanidad perdura, por decirlo así —y yo creo que sí va a perdurar—, algún día se va a mirar esta época, el siglo pasado sobre todo, y éste, como un siglo inexplicablemente de barbarie, más o menos como nosotros miramos hoy la época de las cavernas. Nunca ha habido tantas guerras, tantos muertos y tantos sacrificios como en el siglo XX, escribí hace un tiempo, y pensando que en el siglo XXI la cosa iba a mejorar y empezó ya de una manera que si sigue, bueno… Están los 60 ó 70 millones de muertos de la Guerra Mundial, el millón y medio de muertos de la Guerra Civil Española, la muerte de los gitanos, de los armenios, la violencia que se produjo cuando la caída del socialismo, la muerte dentro del socialismo propuesta por Stalin… Es un siglo tan carnicero que la historia total de la humanidad no alcanza para igualarlo en número. Ni hablemos de nuestros chicos de la calle, de los cincuenta o cien chicos que se mueren en la Argentina por día, calculá lo que es en el continente, esto es lo que está pasando hoy día en África, es decir que es un continente que da la impresión que está destinado a desaparecer. Van a mirar todo eso como algo que es anterior a la historia, por eso creo que Marx se equivocó cuando habló de que la historia empezaba… La historia todavía no empezó, la historia está por hacerse, nosotros pertenecemos a la protohistoria, somos como protohumanos todavía, ¿no? El eslabón perdido somos nosotros.

 

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