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Apuntes sobre Andor

Tal parece que la idea de “aquí estamos solo de paso” nos ha dejado de lado la vida y nos mantiene a la expectativa de que algo suceda. En Andor, una especie de purgatorio pero con aspecto de hotel de lujo, Edgar, tras intentar suicidarse y quedar en coma (así es como llega a Andor), no se decide si volver a la vida o acabar con ella. Mientras tanto, se cuestiona la pertenencia a todo: a un territorio, a un género… a la existencia, para acabar pronto.

Perteneciente al género de ciencia ficción, aunque no del todo. Uno no deja de pensar que está de paseo en un no-lugar, como guiado por ciertos callejones o pasillos de paisajes parecidos a otras novelas, como La torre y el jardín, por compararlo con una gran novela de la última década, obviamente no son los mismos temas entre ambas historias, pero el escenario parece casi el mismo. Esa extrañeza, ese ambiente que, tan raro, nos hace sentirnos seguros, como pasear por una ciudad desconocida pero segura. Como andar entre personas desconocidas pero que uno se las topa a diario y casi les tiene cierta, aunque limitada, confianza. Acaso la enormidad del mundo, que ahora se empequeñece con las ventajas digitales, nos hace sentirnos cercanamente ajenos en cualquier ciudad.

Andor es una muy buena primera novela, su autora retrata las dudas que esta generación se cuestiona, con la brevedad necesaria. Raquel Abend Van Dalen pertenece a esta era en donde las certezas son más íntimas, casi como las dudas que nos hacen avanzar o detenernos, y se les presta mayor atención. Ya no se trata de entender al mundo, sino de entenderse a uno mismo en la parte del mundo donde decide estar: vivir o dejarse vivir: que nos pase de largo sin haber tomado las decisiones que queremos sobre lo único en lo que podemos decidir: nuestra propia vida. Eso puede ser la felicidad, aunque ponerle nombre a esa plenitud resulte irrelevante.

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